Llegando al final del libro encontramos una decadencia social y espiritual a causa de la falta de un líder que los guiara. En el capítulo 19 hay un relato y un triste contraste cono Sodoma y Gomorra (Gn. 19:5; Jue. 19:22). Lo que nos dejan estas historias es que un pueblo, aunque sea el pueblo de Dios está rodeado de peligros y amenazas constantes.
Luego aparece una gran figura muy conocida, Samuel. Éste es el último de los jueces antes de la monarquía. Dios hizo a través de este hombre que el pueblo saliera dela decadencia en la cual estaba.
Las historias que forman el epílogo (capítulos 17–21) se localizan muy generalmente en el período de los jueces, pero no siguen cronológicamente a lo que ha pasado antes. En ellas el enfoque cambia del pecado de Israel como un todo a los pecados de los individuos y de las comunidades que comprende:
«cada uno hacía lo que le parecía recto» (Jueces 17:6).
La primera historia (Micaías y sus ídolos; capítulos 17–18) trata del caos religioso del período, y la segunda (el levita y su concubina; capítulo 19) trata del caos moral que lo acompañaba. Juntas nos muestran que Israel estaba más en peligro por su propia decadencia interna, moral y espiritualmente, que por cualquier ataque exterior.
La segunda historia en particular muestra cómo la instituciones que debían haber provisto estabilidad (el sacerdocio levítico, la hospitalidad y la vida familiar, los ancianos y la asamblea de los dirigentes de las tribus) se consideraban ineficaces e incluso positivamente dañinas, por causa de la bancarrota moral de los individuos.
La tercera historia trata de las consecuencias que surgen de una guerra y la reconstrucción posguerra. Resulta en esposas para los supervivientes benjamitas (21:1–25).